Llegue a esa puerta pero no pude entrar,
sentí la ausencia detrás de esas paredes gruesas,
recorrí con mis ojos de pupilas cansadas,
las imágenes que el tiempo nunca ha podido borrar...
Paredes de doble ladrillo que mantenían las casas frescas,
la humedad en los ambientes que acompaña las lágrimas en mis ojos,
viejos pisos de pinotea con sótanos a los que temíamos entrar,
que crujían por las noches como si hubiera almas en pena...
Los veranos cansinos debajo de los tres sauces,
y las margaritas blancas bordeando todo el portal,
las plantas de manzanilla con las que te aclarabas el pelo,
y el laurel en el fondo perfumando el patio de atrás...
La ausencia marcó el límite de los recuerdos,
de esa casa ya quedaba poco y de todo lo demás nada,
la infancia se alejo marcada por el desarraigo,
y el pueblo poco a poco se fue perdiendo...
Como en Niñez en Catamarca o quizas en Juvenilia,
casi como el Principito o tal vez en Platero y yo,
esos libros que fueron marcando mis encuentros con las letras,
fueron los que forjaron en mi alma la libertad y la imaginación...
La imaginación que me hacía volar de página en página,
la sensación de ser el piloto de mis propios sueños,
y hoy frente a esta puerta es mi infancia la que vuelve a volar,
a pesar de que de esta casa solo quedan las ruinas...
El patio, el limonero y la huerta del fondo,
el viejo aljibe, la pérgola y esas meriendas bajo la parra,
la pileta de lavar la ropa y aquel fuentón para las sábanas,
la higuera y todo ese hermoso tiempo que se nos fue...
¡Hay, cuántos dulces recuerdos insoslayables!,
que nos dejan los momentos felices que guardamos para siempre,
si en estas viejas paredes castigadas por el tiempo,
aún puedo ver el reflejo de los mejores años que viví...
Eduardo Garrido
Buenos Aires
🇦🇷 Argentina 🇦🇷
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