Despierto escondido entre tu piel arrabalera,
a gusto con la calidez de tu alma de tango,
la vida me dejó parado en el bar de una estación,
y me abriste las puertas para que entrara a tu vida...
Las luces de la ciudad encandilan y no me dejan ver,
y mis ojos de purrete provinciano e inexperto,
miran enloquecidos para todos los rincones,
y pestañean tan asustados sin saber siquiera que mirar...
Las voces de mi pueblo que escuchaba en mi niñez,
y esa gran ciudad gigante como un monstruo,
leíamos los diarios y tan solo queríamos crecer,
pero nunca imaginamos que algún día la respirariamos...
Vivir, morir, amar, reír... ¡ uf ! cuántas cosas,
lo que cualquier mortal del mundo desearía,
aún por las noches recuerdo tanto mi viejo lugar,
pero la suerte ha sido echada y por ahora gana la banca...
Ciudad voraz que todo te engulles,
donde todas las sensaciones dan lo mismo,
ciudades de pobres corazones con mezquindades y bajezas,
urbes de cemento dónde no se reconoce a nadie...
Pero en medio de ese cemento vi tus ojos que me hablaron,
con tu voz gruesa y la carraspera del cigarro,
con el cansancio de las noches del dos por cuatro,
y la vida a cuestas para evitar que se nos caiga encima...
La gata del tango que viene a curar el dolor,
la feme fatal, sensual, atrapante y ardiente,
la mujer que me enseño a ser un hombre,
la gata que aullaba en mi pecho ese dolor de ya no ser...
Eduardo Garrido
Buenos Aires
🇦🇷 Argentina 🇦🇷
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